1

Murió ahogado en los brazos de su madre.
Aquella terrible experiencia fue algo que María jamás pudo superar. Ver el rostro de su hijo mirándola en el último hálito de vida le destrozó el alma. A partir del instante en que los ojos de Rafael se apagaron,  todo dejó de tener sentido para ella.
Hasta aquel suceso fatal, el mundo le había sonreído. María era dichosa en su matrimonio con Alfredo. Tenían dos hijos preciosos y cientos de ilusiones por cumplir. Nerea, de seis años, era la alegría de la casa. Rafita, el pequeño, había colmado las aspiraciones de la familia. Pero el destino, ese monstruo cruel que se ríe con sarcasmo de los seres humanos, tenía otros planes para ellos.







2

Una luminosa mañana de domingo, partieron en dirección a La Pedriza con la intención de disfrutar de un estupendo día de campo. Los niños cantaban en el coche, mientras los padres sonreían plenos de felicidad y orgullo por haber traído al mundo esas criaturas que les llenaban de amor y cariño. Era el mes de abril y la primavera comenzaba a estallar en un sinfín de colores, sonidos y perfumes. La jara exhalaba su intenso aroma por todas partes. Los mirlos trinaban llenos de gozo ante la llegada del buen tiempo. Las abejas zumbaban libando de flor en flor y las ardillas jugueteaban entre las ramas de los pinos. Bajo aquel paraíso de árboles y montañas, la cuenca del río vertía sus aguas cristalinas entre angostos cañones de granito. La familia disfrutaba del paseo respirando el aire puro de la sierra. Contemplaban con admiración aquellos increíbles parajes de formaciones rocosas, que parecían encantadas por un capricho de la naturaleza.
—¡Mira, mamá! —dijo Rafita señalando con el dedo hacia arriba— ¡Esa roca es igual que un pájaro!
—¡Y aquella parece una seta gigante! —exclamó Nerea entusiasmada.
 Tras caminar durante horas por un sendero que les llevó hasta el final del bosque, a mediodía decidieron detenerse en un prado para comer. La madre había traído de casa una ensalada y varios bocadillos. Después de la comida, los niños se dedicaron a recoger piñas en una cesta de mimbre.
       —¡Rafita, ven! —exclamó Nerea corriendo entre los pinos— ¡Aquí hay un montón!
Rebosantes de alegría, los niños cogían piñas del suelo mientras los padres descansaban abrazados junto al río. Dos horas más tarde regresaron a Madrid, tras haber disfrutado de una jornada al aire libre en plena naturaleza.







3

El lunes por la mañana los niños fueron al colegio. Alfredo se dirigió como siempre en dirección al despacho. María fue al mercado y luego volvió a casa para hacer la comida. Antes del mediodía recogió a sus hijos y comieron juntos. Alfredo solía llegar siempre tarde del trabajo. Se dedicaba de lleno a sus negocios y casi nunca estaba en casa antes de las seis.
Después de hacer sus deberes, los niños merendaron y se fueron a jugar en el trastero. Nerea sacó de la cesta todas las piñas que habían recogido en la sierra y se dispusieron a extraer los frutos. La madre estaba en el salón escuchando la radio mientras cosía un jersey de lana para Rafita. De pronto, escuchó un grito de su hija.
—¡Mamá, ven! ¡Rafita se ahoga!
María dejó de golpe el ovillo y las agujas. A toda velocidad llegó al trastero. El suelo estaba repleto de piñas abiertas. El rostro amoratado de Rafita mientras intentaba respirar encogió su corazón en un puño. Le puso boca abajo inclinándole y golpeó su espalda con fuerza. No había forma de que expulsara el piñón. Se había atravesado en la garganta. Metió los dedos en la boca de su hijo en un intento desesperado. Todo fue en vano. La vida en el cuerpo de Rafita se fue apagando hasta dejar paso a la muerte. Un grito desgarrado salió de su alma. Nerea lloraba temblando junto a la madre. Miraba con ojos asustados a su hermano recién muerto. En menos de cinco minutos, la felicidad de una familia se había resquebrajado por completo.
       Cuando Alfredo llegó a casa, su mujer y la niña aún seguían allí sin poder moverse. La madre sostenía a su hijo entre los brazos con la mirada perdida. Nerea se agarraba a su falda tiritando de miedo. Al ver aquella escena, sintió sus brazos languidecer. El maletín que llevaba en la mano cayó golpeando contra el suelo. Todos los documentos se desparramaron entre las piñas. Alfredo se puso de rodillas acariciando el rostro de su hijo. Luego se desvaneció.







4

No hubo consuelo para el dolor de María. Contemplar aquella mirada inocente en los últimos instantes de su vida le marcó para siempre. A partir de entonces, todo dejó de tener sentido... El hecho de no poder salvarle la hizo sentir culpable, aunque sin duda no lo era. ¿Qué madre puede querer algo así para su hijo? Sólo una mujer sabe lo que significa ver morir a un ser que ha nacido de sus entrañas. Pero María se torturaba pensando en que podía haber hecho algo más... Hubiese dado lo que fuera por retroceder en el tiempo y salvar a su hijo. Algo dentro de ella se negaba a aceptar la cruda realidad. Cada mañana despertaba con la sensación de que no había ocurrido; que antes o después Rafita volvería a casa; que le vería llegar corriendo por el pasillo y le cogería en volandas para darle un abrazo y mil besos. Por desgracia, eso no sucedió nunca.
Alfredo desde aquella tarde comenzó a mostrarse ausente, viviendo tan sólo por pura inercia. Se refugió en el trabajo para poner cerco a cualquier pensamiento que pudiera hacer mella en su ánimo... La desolación invadió un hogar que hasta aquel trágico día rebosaba pletórico de vida. Una vez más el destino, ese cíclope de mirada fulminante, había escrito las páginas de una familia.
El paso del tiempo no mitigó su tristeza, pero al menos sirvió de bálsamo para suavizar tan amargo recuerdo. Alfredo y María decidieron traer al mundo otro hijo que sustituyera el hueco dejado por Rafael. Después de intentarlo durante algún tiempo, María se quedó embarazada. A los nueve meses llegó el deseado varón, al que llamaron Héctor. Poco a poco la felicidad fue entrando de puntillas en la casa. A medida que Héctor iba creciendo, María colmaba el vacío dejado por su hijo fallecido.










5

Héctor nunca supo nada sobre la existencia de su hermano. La muerte del niño siempre fue un tema tabú en la familia y rara vez se mencionaba. Nada más fallecer Rafita, guardaron todas las fotos amontonadas en un viejo baúl del trastero y procuraron ignorar el dolor alejándose de los recuerdos. El pequeño creció ajeno al sufrimiento de la madre, aunque siempre intuyó algo extraño reflejado en su mirada... A medida que se hacía mayor, Nerea a veces le hablaba del “secreto” pero sin decirle nada más; tan sólo dejaba vislumbrar algunas alusiones en sus comentarios. Con la curiosidad propia de un niño, Héctor a menudo insistía a su hermana para que le revelase el secreto. Nerea le prometió que cuando cumpliera siete años, le contaría todo.
Un día por casualidad Héctor abrió la puerta del trastero. Siempre solía estar cerrada, pero por descuido de la madre se quedó entreabierta después de hacer la limpieza. El trastero era un lugar oscuro que ni siquiera tenía bombilla en el techo. Los padres la quitaron para que los niños no se metieran a jugar allí nunca más desde que sucedió lo de Rafael. Sólo a media mañana un haz de luz iluminaba la estancia con claridad. Fue la primera vez que Héctor se atrevió a meterse allí dentro. Hasta entonces, lo máximo que había hecho era asomarse desde afuera. Todos esos muebles desordenados y las alfombras amontonadas le daban un aspecto desapacible. Siendo más pequeño, le dijeron que una bruja vivía allí dentro y se comía a los niños que entraban. Pero con el transcurrir de los años su curiosidad pudo vencer al miedo... Héctor se acercó hasta una antigua vitrina que perteneció a los difuntos abuelos. Sobre ella había un marco plateado con la foto en blanco y negro de Rafael. Estaba disfrazado de chino con un sombrero asiático en forma de platillo y una coleta hecha de lana negra entrelazada. Llevaba una capa de raso que tenía un dragón negro en el centro. Varios símbolos chinescos adornaban el traje. Los dedos de Rafita apuntaban hacia arriba simulando una postura oriental. Permanecía de pie junto a una enorme cornucopia que había en la entrada de la casa. Su imagen de perfil se reflejaba en el espejo mostrando dos perspectivas de su figura. Aquella foto la hicieron en el cumpleaños de Nerea, justo dos meses antes de que Rafael muriese.
Héctor fue corriendo con el marco hasta llegar al salón.
Mamá, ¿quién es este niño disfrazado de chino?
María no pudo contestar a su hijo. Dejó de coser y se echó a llorar tapándose la cara con las manos. Nerea entró en el salón, cogió a Héctor de la mano y se lo llevó a su cuarto. Al fondo se escuchaban los lamentos de la madre.
—¿Por qué llora mamá? —preguntó a su hermana sentado en la cama.
—Algún día lo sabrás.
—¿Llora por el secreto?
—No puedo decírtelo, Héctor. No puedo.









6

Cuando Héctor cumplió siete años, por fin Nerea le reveló el secreto. Una mañana en que la madre salió a hacer la compra, los dos aprovecharon para meterse en el trastero. Nerea cogió una vela de las que guardaban en la cocina por si había algún apagón. Nada más entrar, rebuscó en su chaqueta y sacó varias cerillas. Luego encendió la vela colocándola sobre una mesa.
—Ahora verás —le dijo a su hermano.
Nerea gateó entre las patas de varios muebles y sacó a rastras un viejo baúl de madera. Después lo situó en mitad de la estancia.  El chirriar de las bisagras al abrirlo delataba que llevaba mucho tiempo allí olvidado. Dentro había un montón de retratos familiares de diversas épocas. Las fotos estaban revueltas y llegaban casi hasta el borde. Nerea sacó varias de ellas al azar para enseñárselas. Héctor se quedó fascinado.
—¡Es el mismo niño que está disfrazado de chinito! —dijo mirando la foto del marco sobre la vitrina— ¿Por qué sale tantas veces?
—Porque es nuestro hermano.
—¿Nuestro hermano? —preguntó sorprendido.
—Sí, Héctor, nuestro hermano Rafael.
—¿Y dónde está nuestro hermano?
—Dice mamá que Rafita está en el cielo.
—¿Pero...  qué hace allí?
—Está esperando a que vayamos nosotros.
—¿Y por qué se fue?
—Se fue porque se comió un piñón.
Héctor se rascaba la cabeza sin entender nada.
—¿Los niños que se comen un piñón van al cielo?
—A veces sí, y a veces no... Depende de lo que Dios quiera.
Continuaron viendo las fotos ante el asombro de Héctor, que acababa de descubrir todo un mundo no revelado... Hubo una cosa que le llamó mucho la atención: Rafita salía en las fotos con los mismos juguetes que él tenía. Y también el mismo babero que usó de pequeño para tomar las papillas. Era un babero con el dibujo del perro Goofy.
Antes de que la madre llegase del mercado, Nerea recogió las fotos y las guardó en el baúl. Dejó todo tal como estaba y salieron rápidamente del trastero. Pero el encuentro de Héctor esa misma tarde en el parque con un vecino torció las cosas… Al decirle con toda la inocencia del mundo que su hermano estaba en el cielo, aquel niño perverso le contó que Rafita murió ahogado con un piñón y que estaba enterrado en el cementerio como su abuelo. Eso le impactó para toda la vida. Desde aquel día Héctor tuvo constantes pesadillas. Soñaba que se atragantaba con un piñón igual que su hermano. A menudo Héctor se despertaba gritando: «¡Mamá, no puedo respirar!». La madre acudía a la habitación para calmarlo protegiéndole entre sus brazos.









7

 Transcurrió el tiempo y los padres fallecieron. Nerea estuvo casada durante varios años, pero terminó separándose. Héctor hizo la carrera de piano y se dedicó por completo a la música clásica. Su maestro don Ezequiel le instruía en las clases de solfeo desde que ingresó en el conservatorio. El profesor le orientaba sobre las pautas a seguir en sus composiciones. Héctor llevaba meses imbuido en la creación de una sinfonía que le tenía absorbido de manera obsesiva... El trauma relacionado con la trágica muerte del hermano continuaba latente en su vida. Todavía soñaba con aquella angustiosa pesadilla en la cual sentía que se ahogaba.
 Tuvieron cerrada la casa de los padres durante mucho tiempo. El temor de revivir sus antiguos miedos era suficiente motivo para que Héctor no quisiera regresar allí. Sin embargo, algo en su interior le pedía que volviese. Era como una voz lejana que le susurraba desde la conciencia... De algún modo presentía que antes o después aquel día iba a llegar.
 Por fin una mañana se armó de valor y fue de nuevo a la casa tras muchos años de ausencia... Nada más llegar, Héctor abrió las ventanas para que todas las estancias se ventilaran. La vivienda estaba llena de goteras y telarañas por todas partes. Ordenó las cosas como buenamente pudo, colocando en el recibidor los enseres inservibles. Encendió un par de velas que había en la cocina y se metió en el trastero para retirar el resto de los muebles. Al entrar, sintió una bocanada del pasado en pleno rostro. Héctor recordó el día en que Nerea por fin le reveló el secreto... Sobre la antigua vitrina de los abuelos, seguía la foto de Rafael. El cristal del marco estaba cubierto de polvo. Lo limpió con la manga de la camisa y luego se detuvo para contemplar a su hermano. La emoción le invadió por dentro... Dejó el marco sobre la mesa y se agachó. Allí debajo en una esquina seguía el baúl con las fotos familiares. Lo puso en medio de la estancia, tal y como hizo su hermana cuando eran pequeños. Héctor giró la vieja llave de la tapa expectante… Tras abrirlo, un sinfín de imágenes retornaron al presente como si hubiera frotado una lámpara mágica. Contempló otra vez después de muchos años las fotos antiguas de la familia. Allí permanecían intactas las escenas de otros tiempos en los cuales sus padres fueron felices. Con lágrimas en los ojos, recordó que había compartido los mismos juguetes y las ropas de su hermano Rafael.
Pasó varias horas imbuido en los recuerdos de la infancia, hasta que a media tarde le invadió el cansancio. La noche anterior no pudo pegar ojo debido a la excitación de pensar en volver allí. Antes de regresar a su casa, Héctor decidió tumbarse en un pequeño colchón que había en el trastero. Imaginó que tan sólo sería cuestión de diez o quince minutos; sin embargo, nada más echarse quedó sumido en un profundo sueño. Dos horas después, despertó con un sudor frío recorriéndole el cuello y la espalda. Había tenido una desagradable pesadilla que le encogió el corazón en un puño. En aquel sueño la foto del marco se agrandaba ocupando toda la pared del trastero....... Su hermano permanecía de pie disfrazado, con los brazos flexionados y los dedos índices apuntando hacia arriba....... De pronto giró la cabeza mirándole fijamente...... Entonces con la mano derecha le señaló a él....... Al intentar salir corriendo, Héctor se precipitó por un agujero que había en mitad de la estancia, cayendo por un túnel infinito hacia la nada……
Cuando comprobó que el cristal del marco estaba resquebrajado, se quedó de piedra. En ningún momento tuvo la sensación de haberlo golpeado mientras soñaba, aunque dormido y en la oscuridad tampoco podía asegurarlo. Cogió un montón de fotos del baúl y salió angustiado de allí. Nada más llegar a casa, guardó las fotos en el cajón de la mesilla.
A partir de entonces, se obsesionó por completo con el recuerdo de su hermano... Aquella visita a la antigua casa paterna le había sumido de lleno en el pasado. Por las mañanas lo primero que hacía era sacar algunas fotos del cajón y echarles un vistazo. Luego las colocaba sobre el piano para contemplarlas mientras componía. Por las noches volvía a guardarlas y escogía otras, con la intención de verlas al día siguiente. Héctor pasaba largas jornadas sentado frente al piano golpeando las teclas de manera compulsiva. Cerraba los ojos abstraído y las imágenes de su hermano comenzaban a desbordarle... Era capaz de pasarse horas entrelazando notas sin ni siquiera levantarse para hacer un descanso. Comenzaba a tocar de madrugada y a menudo no dejaba de hacerlo hasta el crepúsculo del atardecer. Así, día tras día... Héctor descuidó por completó su aspecto. La barba comenzó a cubrir sus mejillas y el cabello alborotado le daba aires de genio loco. No existía nada más a su alrededor que las teclas del piano y aquellas fotos apoderándose de su espíritu.
Una vez terminada la sinfonía, tuvo la necesidad de salir a la calle en busca de los recuerdos. Aquellas imágenes familiares plasmadas en el papel giraban sin cesar alrededor de su mente. Como impulsado por una fuerza invisible, quiso recuperar las escenas yendo en busca de esos lugares perdidos. Llamó por teléfono a Nerea para preguntarle dónde estuvieron aquel día en La Pedriza.
Héctor, no entiendo para qué quieres ir allí —dijo contrariada.
—Necesito revivir esos momentos.
—¿Pero no te das cuenta de que es absurdo?
—¿Absurdo, por qué?
—No se puede revivir lo que no se ha vivido —replicó su hermana—. Tú no estuviste allí.
—Por eso mismo quiero ir —insistió Héctor.
—¿Y qué vas a ganar, mortificarte más todavía con algo que no tiene remedio? Mamá sufrió mucho... ¿Por qué te empeñas en prolongar esa agonía?
—Necesito ir. No me preguntes por qué.
A pesar de su intento por hacerle desistir, al final no tuvo más remedio que indicarle el lugar exacto donde estuvieron aquel domingo de abril. Al día siguiente por la mañana, se dirigió hasta La Pedriza. Su excitación iba en aumento a medida que caminaba por el sendero hacia el interior del bosque. Héctor se sentía extraño... Tenía la impresión de haber estado allí, aunque no recordaba nada en concreto. Lo cierto es que aquel entorno le resultaba familiar. Era parecido a tener un recuerdo de algo que nunca antes había estado en su memoria... Nada más llegar al claro del bosque, sin saber por qué fue directo al prado junto al río donde estuvieron comiendo sus padres y sus hermanos. Como atraído por un imán, se acercó hasta los árboles bajo los cuales Nerea y Rafita fueron a coger las piñas. De repente, un mareo vertiginoso le hizo caer de bruces. Por unos instantes perdió el conocimiento. Echado sobre la hierba, entreabrió los ojos y tuvo una alucinación: vio a Nerea de pequeña junto a él sonriéndole. Resultó ser un chispazo fugaz, pero intenso como si hubiera sucedido realmente.
De regreso a Madrid, lo primero que hizo fue ir a casa de su hermana para contárselo. Nerea pensaba que aquello había sido un espejismo provocado por la caída; pero Héctor insistía en que fue tan nítido, que incluso hubiera podido tocarla...
—No te lo tomes a mal —dijo Nerea—, pero creo que te vendría bien ir a un psicólogo. Todo lo referente a nuestro hermano te tiene trastornado.
Héctor se dio cuenta de que Nerea tenía razón. Aquellos pensamientos obsesivos le estaban desbordando... Días después, decidió someterse a una terapia intensiva para desentrañar lo más recóndito de sus emociones.









8

Héctor acudió a la consulta del doctor Smith en las afueras de la ciudad. Era un despacho íntimo con  plantas tropicales, acuarios de peces, luces indirectas y el sonido de un pequeño surtidor de agua que hacía el ambiente cálido y acogedor. Aquel respetable hombre de barba canosa tenía un aspecto sosegado. Infundía paz y confianza en su entorno. Además del psicoanálisis, practicaba el hipnotismo y técnicas de relajamiento con sus pacientes. Sentado frente a Héctor, le pidió que le mirase sin apartar la vista.
—Concéntrese en el sonido del agua —le indicó—. Respire lentamente y siga el movimiento de mi dedo.
 Cinco minutos después, el doctor Smith le pidió que se tumbara en el diván cerrando los ojos. Durante varios segundos permanecieron en silencio.
—Vayamos por orden cronológico —dijo el psicólogo—. Hábleme de los primeros recuerdos de su infancia. Saque a la luz todo lo que le venga a la cabeza; pero sobre todo no fuerce las palabras. Déjelas fluir, aunque lo que diga le parezca absurdo o inconexo.
Sentado en la silla giratoria, cogió su cuaderno de notas y esperó el discurso del paciente. Tumbado boca arriba, Héctor comenzó a hablar lentamente como si estuviera en trance.
—Recuerdo... recuerdo a mi madre cosiendo siempre en el salón... y a mi padre en su despacho ordenando papeles...... Recuerdo aquel primer día de clase y el miedo a lo desconocido......  Nunca se me olvidarán esos aburridos cuadernos de matemáticas repletos de números absurdos y de estúpidos diagramas...... Recuerdo... recuerdo aquella niña y su cara de malicia... Mercedes robó la goma de mi compañero y... luego me echó la culpa...... Aún siento las piernas temblando y mi humillación de pie ante el profesor...... Creo que fue la primera injusticia que presencié en mi vida…… 
      Héctor mantenía los ojos cerrados intentando rememorar escenas del pasado. El doctor Smith le escuchaba expectante con el bolígrafo en la mano.
      —Recuerdo… recuerdo la panadería por la mañana antes de ir al colegio... Los bollos de azúcar envueltos en papel de estraza, guardados en la cajonera hasta a la hora del recreo...... Recuerdo aquella tortuga que mi madre nos compró... y los patitos con plumón que nos seguían en fila por toda la casa...... Los metimos en un barreño con agua para que nadaran…, después se acurrucaban en el regazo de mi madre buscando calor...... Recuerdo... recuerdo el jardincillo junto al colegio donde nos colábamos saltando la valla y trepábamos a los árboles para coger hojas de morera... Ahora veo a los gusanos de seda metidos en la caja de zapatos con la tapa agujereada... Sí... Gusanos blancos y otros de rayas negras... Y la magia de contemplarlos envolviéndose en sus capullos de seda...... Recuerdo... recuerdo los payasos del circo... Sí... Aunque los niños se reían a carcajadas, tras esa nariz redonda y esas muecas histriónicas había dolor y amargura...... 
           Durante unos instantes permaneció en silencio. Su respiración era profunda y acompasada.
          —Recuerdo... recuerdo aquel globo rojo que se le escapó a una niña en un parque lleno de rosales... Sí... Aún lo estoy viendo volar cada vez más alto hacia el infinito y yo me preguntaba hasta dónde llegaría....... Recuerdo aquel pobre elefante encerrado en la jaula del Retiro y sus ojos llenos de tristeza... Nosotros le dábamos cacahuetes y él los recogía enrollando suavemente la trompa... Recuerdo aquel pastor alemán siempre a la entrada de la frutería, y la bondad reflejada en la cara de la vieja frutera que solía regalarnos fresas y mandarinas...... Recuerdo a mi abuelo contándonos historias de duendes junto a un arroyo, rodeados de árboles cubiertos de musgo verde...... Recuerdo aquel verano aprendiendo a nadar con mi padre en una pequeña cala del Mediterráneo... El color azul turquesa del mar y la luz brillante del sol me parecían lo mejor del mundo...... Recuerdo cuando mi madre iba a buscarnos al colegio y nos compraba pasteles... Recuerdo su bondad... Jamás... jamás la escuché hablar mal de nadie......
Por unos momentos Héctor se estremeció en el diván. El psicólogo permanecía atento a cada gesto y cada palabra del paciente.
           —Recuerdo aquel concierto de música clásica en el salón de actos del colegio... La orquesta interpretó El lago de los cisnes... Nunca había sentido nada igual dentro de mí... El sonido de aquellos violines me hechizó para siempre......  Ahora... ahora veo a mi hermana en el hospital cuando la operaron...... Yo era muy pequeño, sí... A Nerea le habían regalado un gato... Un gato a rayas... Rayas naranjas, verdes y amarillas...... Tenía unos bigotes negros de plástico...... Entonces yo... yo... pregunté: «¿Ese gato de dónde ha salido?»...... Alguien dijo... «Lo han sacado de la barriguita de tu hermana»....... Y en mi inocencia me lo creí...... Sí... ¿Por qué razón me iban mentir?...... Estuve engañado muchos años con aquello...... Hasta que un día lo descubrí por mí mismo...... Y de ahí... de ahí vienen varias cosas...... De ahí viene mi engaño ante la vida...... Sí... La vida es un enorme engaño......
Héctor hizo una pausa. Los peces se deslizaban sinuosamente mientras el doctor Smith escuchaba tomando notas.
—Recuerdo también el babero blanco...... Sí... El babero con el dibujo de Goofy...... Aquel babero me gustaba, pero también me hacía daño... Tenía los bordes de plástico y me rozaba el cuello...... Quizás... quizás era lo mismo que la vida... A veces puede ser incómoda, pero... al fin y al cabo es lo único que tenemos...... Cuando supe que el babero perteneció a mi hermano, creo... creo que ese día perdí gran parte de mi inocencia...... Sí... Recuerdo aquel día en el trastero con Nerea......
Héctor se quedó pensativo reflejando tristeza en su semblante.
 —Ahora veo a mi madre dentro de la iglesia...... Sí... Cuando todo el mundo permanecía en silencio reconociendo sus pecados, ella cerraba los ojos y ponía un gesto de dolor infinito...... Yo no sabía por qué... Más tarde supe que era por el secreto... Sí... El secreto...... Mi madre se sentía culpable de algo que era inocente... porque... porque ella no pudo hacer nada... nada... nada......
Los ojos de Héctor se humedecieron.
—¿Cuál era ese secreto? —preguntó el psicólogo.
—El secreto era... mi hermano....... Yo no supe que mi hermano existió hasta los siete años. Sí... Lo descubrí aquel día que fui al trastero con mi hermana Nerea.
—Hábleme de su hermano.
De pronto sus brazos se tensaron. Héctor respiró hondo varias veces. El doctor Smith aguardaba expectante a su respuesta.
—Qué... qué puedo decir...... El recuerdo de mi hermano es como una sombra que se cierne sobre la familia....... Tuvo que ser desgarrador...... Lo que sucedió aquel día representa el lado oscuro de la existencia… A veces me horroriza pensar que mis padres quisieron convertirme en el sustituto de mi hermano... Creo que me ocultaron todo, porque mencionarlo habría sido dar por hecho que había existido, que no era yo...... Sí....... De alguna manera siento que soy su sustituto...... 
Hubo unos instantes de silencio. Tan sólo se escuchaba el sonido del agua corriendo sobre la fuente. Héctor entreabrió los ojos. Una lágrima resbaló por su mejilla.
La vida es cruel... ¿Por qué le sucedió eso a mi hermano?...... ¿Por qué terminó su camino a los cinco años y yo sigo aquí?...... ¿Por qué un mísero piñón puede acabar con la vida de alguien inocente?...... ¿Por qué todo pende tan sólo de un hilo?...... ¿Por qué tuvo que morir en sus brazos?...... ¿Por qué mi pobre madre tuvo que sufrir tanto?...... ¿Por qué?...... ¿Por qué?......
El psicólogo no supo contestar a todas aquellas preguntas.
Durante... durante muchos años... tuve la misma pesadilla...... Me ahogaba con un piñón igual que él.......
Héctor se incorporó del diván.
—Y ahora… ahora el sueño con la foto de mi hermano me persigue...... ¿Qué... qué puede ser?
—¿No serán sus propios fantasmas? —sugirió el doctor.
—No estoy seguro...... Algo extraño sucede en esa casa...... Puede que sean imaginaciones mías, no lo sé; pero creo que mi hermano quiere enviarme un mensaje......
—No se obsesione tanto con su hermano. Sin duda tiene una fijación con él muy arraigada.
—Cómo no habría de tenerla… Era mi hermano… y murió.
—Pero no le conoció.
—¿Y qué importa eso? Llevaba mi misma sangre...
Héctor rompió a llorar.
—Vamos, tranquilícese —dijo poniendo la mano sobre su hombro. El psicólogo creyó conveniente virar el rumbo de la conversación.
—Hábleme a corazón abierto de usted. No se disculpe ni se excuse por nada de lo que diga. Piense en todo momento que está hablando con su conciencia.
Héctor secó sus lágrimas con las manos. Tenía la respiración entrecortada.
—He llevado una vida absurda.......  Creo... creo que no he dejado nunca de dar palos de ciego...... Siento que mi vida ha sido como el mito de Sísifo...... ¿Lo conoce?
—Cuéntemelo —respondió el doctor con el bloc preparado para tomar un nuevo apunte.
—Sísifo empujaba una bola enorme por la pendiente de una montaña...... Empleaba todo su esfuerzo en hacer subir la bola hasta la cima...... Sísifo miraba con fe hacia arriba, hacia la cumbre...... Pero siempre justo cuando lo iba a conseguir, la bola caía rodando pendiente abajo y tenía que comenzar de nuevo...... Así una y otra vez sin descanso....... Esa metáfora es el resumen de mi vida...... Creo... creo que gracias al arte he podido sobrevivir...... Elegí ser pianista porque para mí la música es verdad... Cuando la música suena, no hace falta entender nada... Tan sólo es suficiente sentirla...... Me he refugiado siempre en las teclas del piano como único consuelo ante este desatino....... Sumergido entre las notas de la música, es el único momento en el cual todo tiene sentido para mí y puedo burlar el destino...... Destino, desatino...... Es curioso cuánto se parecen esas dos palabras......
Héctor suspiró hondo y continuó hablando suavemente.
 —A veces me pregunto si merece la pena vivir...... Al final todo esfuerzo es tan vano, tan inútil...... Tanto sacrificio, tanto luchar día a día para nada...... Cuando eres un adolescente, piensas que te vas a comer el mundo… pero luego el mundo te devora sin piedad...... La vida no tiene prisa por enseñarte la lección... siempre lo hace tomándose su tiempo....... Lo cierto es que nunca terminamos por aprenderlo todo...... Damos tumbos de acá para allá como un borracho impenitente....... Cada día tenemos que reinventarnos a nosotros mismos, y ese esfuerzo cotidiano cuesta tanto...... Hay veces que cuesta ponerse la careta para representar día a día nuestro estúpido papel en este sinsentido...... Hay veces que cuando suena el despertador, lo romperías en pedazos y te quedarías escondido entre las sábanas acurrucado en un ovillo renegando de la existencia......
—Y bien, Héctor —replicó el psicólogo—, ¿por qué no se plantea las cosas desde otro punto de vista más positivo? Dice usted que a veces reniega de la existencia, pero, ¿tiene algo que perder por el mero hecho de existir? ¿No piensa que también hay cosas por las cuales merece la pena vivir?
—¿Qué cosas? —preguntó Héctor en tono escéptico.
El doctor Smith se inclinó hacia delante mirándole con gesto de acercamiento.
—Por ejemplo, la amistad.
Héctor sonrió levemente con la mirada puesta en el acuario de los peces.
—En este mundo sólo puedes confiar en ti mismo...... Creo que la gente es falsa y superficial; en el fondo nadie es auténtico de verdad...... Ya he perdido la cuenta de todos los amigos que se han cruzado por mi vida...... Al final sólo forman parte de una colección de personas que pasan por delante de ti...... Cumplen su ciclo y luego desaparecen para siempre...... Algunas permanecen más tiempo, pero al final también terminan por desaparecer...... Y entonces uno se encuentra solo ante el mundo......  Solo ante el universo......  
—¿No cree usted en Dios? —preguntó el psicólogo.
Héctor se quedó pensativo por unos instantes.
—No, no creo...... Dios no hubiera podido ser tan cruel inventando por capricho un mundo tan amargo; ni siquiera con el premio de un paraíso en el cielo...... Lo más duro de no creer en Dios es ser consciente de que ésta es tu única partida... y aunque tengas la fortuna de ganarla, sabes que no va a haber más recompensa que la vida misma......
—Se está usted contradiciendo—rebatió el doctor Smith—. Si reniega de la existencia, ¿por qué busca una recompensa en ella?
—¿Acaso hay algo más humano que la contradicción? —respondió Héctor—. Sí, es cierto... A menudo reniego de la vida; pero también me agarro con fuerza a ella...... En el fondo nadie quiere dejar de formar parte del mundo aunque sufra; aunque todo sea un vano intento que acabará en la nada más absoluta......









9
                                                                                                
Después de varias sesiones intensivas de psicoanálisis, el doctor Smith le diagnosticó un trastorno obsesivo compulsivo de la infancia que no había podido superar durante la madurez. Pero de poco sirvieron aquellos encuentros semanales con el psicólogo para mitigar su desasosiego y equilibrar su estado mental. Desde que visitó la casa paterna, el recuerdo constante del hermano había desbordado por completo su vida. Héctor seguía soñando cada noche con la foto del marco. La mirada de Rafael al girar la cabeza siempre lograba intimidarle. Aquel rostro transmitía una expresión angustiosa... Estaba seguro de que su hermano intentaba comunicarle algo.
Con el paso del tiempo, Héctor se fue perturbando cada vez más. Su estado mental fluctuaba entre el desquiciamiento y la melancolía de manera constante. Ya ni siquiera se sentía bien tocando el piano. Golpeaba las teclas con vehemencia perdiéndose entre notas lúgubres y disonantes empujadas bajo aquellos dedos tensos por la frustración. Se sumergía durante horas en la nueva sinfonía, desgarrando con cada nota lo más profundo de su ser. A menudo solía interrumpirla cerrando la tapa del piano y echándose a llorar sobre ella.
Arrastrado por una obsesión enfermiza, decidió volver otra vez a casa de sus padres para empaparse de los recuerdos. Sabía las consecuencias que podía traerle el mero hecho de girar la llave y retornar de golpe al pasado; pero en el fondo no le importaba. Regresó de nuevo a su antigua casa, asumiendo cualquier riesgo que pudiera afectarle. Héctor se quitó el abrigo, encendió un par de velas y se dirigió al trastero. Nada más entrar, sintió un frío espeluznante. Parecía como si aquel lugar estuviera aislado del resto de la vivienda; y en cierto modo lo estaba... Lo primero que hizo fue sacar el marco de la vitrina y ponerle un cristal nuevo. Invadido por la tristeza, miró la foto de Rafael… Dejó el marco sobre la mesa, cogió una de las velas y extendió el brazo para alumbrar la estancia. En uno de los cajones de la antigua cómoda descubrió varios cuadernos escolares de su hermano. Héctor los hojeó ansioso y expectante. Había muchas hojas garabateadas por Rafita y un dibujo de los Reyes Magos dedicado a sus padres con letra grande y redondeada de niño:
«Queridos papás: os he hecho este crisma con toda mi alegría. Os lo regalo a los dos y me gustaría que lo guardarais siempre como recuerdo. Os quiero mucho. Rafael».
Se le saltaban las lágrimas releyendo aquellas palabras... Héctor acarició suavemente las letras con los ojos llenos de melancolía... Después se arrastró por el suelo, cogió el baúl y lo puso en el centro. Comenzó a revisar las fotos metiéndose en cada una de ellas, reviviendo esos instantes como si él mismo hubiera estado allí. Observaba las imágenes con una lupa de aumento para no perder detalle de nada. Fijaba la vista en un reloj, en una pulsera, en un pliegue de ropa, en una sonrisa, en un gesto... Revivía los colores, los sonidos, los olores, el movimiento... Bajaba los párpados embelesado, prolongando aquellas escenas en su mente. Estuvo más de dos horas allí dentro haciendo un nostálgico recordatorio del pasado familiar.
 Justo cuando se puso el abrigo y se disponía a salir por la puerta, escuchó un golpe secó dentro de la casa. Su corazón se paralizó. Sin duda aquel ruido provenía del trastero. Héctor dio media vuelta y se dirigió de nuevo hasta allí. Encendió una de las velas y entró. Echó un vistazo general. Todo permanecía en su sitio. Todo, excepto una cosa... El marco yacía volcado sobre la vitrina como si le hubieran dado un manotazo. Ahora ya no le cabía la menor duda. Estaba convencido de que algo relacionado con su hermano se manifestaba en aquella estancia. Salió rápidamente de la casa, entró en una cabina y llamó por teléfono a Nerea. Con la respiración entrecortada, le contó lo sucedido. Al día siguiente volvió a llamarla. Quería que fueran juntos a la casa para hacer espiritismo y ponerse en contacto con Rafael. Pero ella se negó en rotundo.
—Ni lo sueñes. No pienso ir allí.
—De acuerdo —respondió Héctor—. Entonces lo prepararé todo yo solo.
—No lo hagas, por favor —suplicó Nerea—. Estas cosas me dan mucho miedo...
—Necesito ponerme en contacto con él.
—¿Para qué, Héctor, para qué? No vas a conseguir nada removiendo el pasado. Nuestro hermano murió. Tienes que aprender a aceptarlo.
—Debo hacerlo —insistió—. Algo me lo pide. Es como una voz que me susurra...
—¿Por qué no dejas las cosas tal y como están? ¿No te parece que es lo mejor?
—Yo... necesito hablarle... Necesito saber dónde se encuentra... Aunque... empiezo a sospecharlo...
—¿Pero por qué tienes esa obsesión con él? ¿No ves que puede acabar siendo dañino para ti?
—Tú pudiste conocerle. Para mí tan sólo ha sido siempre un recuerdo oculto, un espectro, un alma perdida en el limbo que no encuentra su lugar...
—¿Y crees que en la casa vas a hallar esas respuestas? Desengáñate y vuelve a la realidad. Allí solamente quedan unos viejos muebles por tirar.
—No, Nerea, claro que no... Allí hay mucho más que muebles viejos... Las paredes hablan... y la casa... respira... Sí...  La casa... respira...
Por un momento creyó que su hermano se estaba volviendo loco.
—Héctor, tú... tú no estás bien. ¿Por qué has dejado de ir a la consulta? Creo que deberías volver a pedir cita con el psicólogo. ¿Quieres... quieres que vayamos juntos?
Durante varios segundos permaneció en silencio.
—La casa respira... —susurró con voz abstraída.
Después colgó.
Al día siguiente Héctor hizo todos los preparativos. Por la tarde fue a una tienda de esoterismo para proveerse de lo necesario. Allí compró un tablero de ouija con los signos del zodíaco, media docena de velas moradas y una tela negra hexagonal con la que pensaba cubrir el suelo del trastero. Esa misma noche se acercó hasta la casa decidido a practicar el ritual de invocación. Seleccionó varias fotos de Rafael y después las distribuyó sobre la tela rodeando el tablero. Héctor se sentó delante cruzando las piernas. Dudaba si él solo podría generar la suficiente energía para llevar a cabo la sesión de espiritismo; pero enseguida se dio cuenta de que una vibración intensa se palpaba en el ambiente. Colocó el vaso en el centro del tablero, puso los dedos encima y comenzó a pensar en Rafael con toda su alma. Luego cerró los ojos muy concentrado y respiró profundamente. Varios segundos después, invocó al espíritu de su hermano.
¿Estás aquí? —preguntó con la mano sobre el vaso.
Nada se movía, aunque un presentimiento invadió su ánimo. Creyó sentir el espíritu de alguien en el trastero.
¿Estás aquí? —volvió a repetir con vehemencia.
Durante casi un minuto, el sonido del silencio era lo único que se podía escuchar... De repente, un frío helador se apoderó de la estancia.
¿Estás en casa? —farfulló con los músculos tensos.
El vaso comenzó a vibrar bajo sus dedos. Luego se deslizó sobre el tablero de ouija señalando un “Sí”. Su corazón latió acelerado. 
         —¿Puedes... puedes darme una señal?
       Héctor miraba al tablero expectante. Una ligera corriente de aire hizo que las llamas de las velas fluctuaran.
        —¿Dónde ocurrió todo?
El vaso marcó las cuatro letras de “Aquí”.
¿Sabes quién soy?
El vaso se deslizó para escribir “Yo”. Un nudo cerró su estómago.
¿Estás... estás vivo en algún sitio?
Una vez más dijo “Sí”.
¿Cerca de mí?
Sin dudarlo ni un instante señaló “Sí”.
¿Muy cerca?
El vaso dio varias vueltas en espiral sobre el tablero. Luego escribió “Dentro”.
Sus dedos comenzaron a temblar.
¿Dónde...?
Esta vez el vaso permaneció estático. No contestaba. De pronto la foto del marco se volcó sobre la vitrina. Un escalofrío recorrió su columna.
¡Dónde estás, maldita sea, dónde!
El vaso empezó a moverse oscilando de lado a lado sin parar en ninguna letra.
¡Vamos, dímelo de una vez! ¡Dónde estás!
El vaso se detuvo un instante. Luego señaló:Dentro de ti”. Después se deslizó a toda velocidad por un lateral del tablero hasta chocar con el zócalo haciéndose añicos.
La sangre le subió de golpe a las sienes. Héctor notó que le faltaba el oxígeno. Sentía como si se hubiese atragantado con algo. Intentaba respirar entre espasmos, pero fue en vano. El aire allí dentro era del todo irrespirable.
Completamente lívido, cayó al suelo inconsciente.










10

         Héctor no regresó a casa. En un principio nadie le echó en falta pues llevaba una vida muy ermitaña. Era capaz de aislarse del mundo durante semanas, sumergido en la composición de sus piezas musicales. Fue su maestro de piano don Ezequiel el primero en preocuparse. Una vez al mes revisaba sus partituras para aconsejarle; pero Héctor no acudió a la última cita que tenían concertada. Don Ezequiel le llamó varias veces a distintas horas sin poder localizarle. Extrañado por su ausencia, el profesor se puso en contacto con Nerea para saber si tenía noticias sobre el paradero de su hermano. Sin embargo, ella no había vuelto a hablar con Héctor desde aquel día. Don Ezequiel le dijo que la última vez que se citaron tenía mal aspecto y le notaba ensimismado. Se presentó en su despacho con unas profundas ojeras y barba de varios días. Las partituras que le llevó reflejaban un desquiciamiento absoluto en la composición. Todas las notas eran tétricas y disonantes; si bien es cierto que encajaban perfectamente con el título de su nueva sinfonía: Obsesión.
Alarmada por lo que le acababa de referir don Ezequiel, Nerea se acercó hasta la casa de su hermano. Héctor le había dejado una copia de las llaves para cualquier situación de emergencia. Pero no encontró a nadie en su domicilio, ni tampoco señales de que hubiera estado allí. En la sala del piano halló un montón de fotos familiares y las partituras de su sinfonía recién terminada. Nerea empezó a temerse lo peor... Con el corazón acelerado, fue a casa de sus padres invadida por un mal presentimiento. Nada más abrir la puerta, se dirigió al trastero. Allí encontró su cuerpo tumbado boca arriba sobre el tablero de ouija, rodeado de velas consumidas y restos de cristales. Sus ojos miraban hacia el techo sin expresión, insondables y vacíos. Las fotos de Rafael eran los únicos testigos de aquella trágica estampa... Nerea se desplomó impresionada y rompió a llorar abrazándole. Por segunda vez en su vida tuvo que contemplar la muerte de un hermano en aquel tétrico lugar.









11

Nerea decidió vender la casa lo antes posible, tasándola en un precio muy por debajo de su valor. Estaba decidida a enterrar de una vez el pasado y aquella vivienda era lo primero que debía desaparecer de sus recuerdos. Tenía la idea de irse a vivir lejos de allí, incluso a otra ciudad lo más alejada posible de Madrid.
         Debido a las extrañas circunstancias del fallecimiento, el juez ordenó practicar la autopsia del cadáver en el Instituto Anatómico. Un día más tarde, el médico forense certificó que Héctor había muerto por asfixia. Después de realizar las pruebas pertinentes, observó que tenía un cuerpo enquistado justo a la entrada de la tráquea. Rodeado de sus asistentes, el forense practicó una incisión debajo del cuello con el bisturí. Antes de extirparlo, no podía saber qué era, pero sin duda se trataba de algo insólito. Parecía llevar mucho tiempo alojado en la tráquea de Héctor. Cuando por fin lo extrajo con las pinzas, se quedó perplejo. Nunca había observado nada similar... El médico forense sacó a la luz aquello para que lo vieran sus ayudantes de sala. Todos se quedaron asombrados ante el extraño hallazgo. Era un piñón.




FIN


Oscar Nóbregas, Madrid 








Rafita


















A mi madre, bella por dentro y por fuera





Oscar Nóbregas



Oscar Nóbregas Manrique nació en Madrid.
Desde los 25 años se dedica plenamente al mundo de la literatura. Colabora en diversas revistas literarias, así como en programas radiofónicos dedicados a las letras y a la música, tareas que compagina con su afición por la fotografía artística.

Con su novela "Retazos de un Bastardo" ha conseguido un éxito sin precedentes en los círculos literarios vanguardistas, que le han aupado a una situación de privilegio en el mundo de las letras, por lo arriesgado e innovador de su proyecto. Retazos de un Bastardo es para muchos la obra literaria más original de los últimos años.

Oscar Nóbregas también ha escrito otras dos novelas:
"Efluvios Metafísicos" (un estudio sobre sexo, droga y rock and roll); y "El Beso de la Esfinge" (novela erótica ambientada en Madrid).
Tiene en proyecto un cuarto libro: "El Susurro del Cárabo"; novela histórica basada en una leyenda rusa del siglo XIX.

En la actualidad se halla inmerso en un ciclo de relatos titulado "Bajo la Sombra del Yinkgo Biloba".




Ana María Nóbregas Manrique "In Memoriam"


Algo mío se fue contigo, algo tuyo vive en mi alma
Te quiero










Otros relatos de Oscar Nóbregas
Libros de Oscar Nóbregas


Artículos y otras hierbas - Oscar Nóbregas
http://articulosensayosyotrashierbas.blogspot.com/


Fotos de Oscar Nóbregas



Programa Radio Oscar Nóbregas:




 

 

Entrevista con Oscar Nóbregas

 

Venturas y desventuras de un escritor madrileño...

Oscar Nóbregas es un ratón de biblioteca del siglo XXI. Aislado en su escritorio o buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional, elucubra nuevas ideas y personajes para sus próximo libros.
Nos hemos tomado la licencia de apartarle de su trabajo durante un rato para que nos permita conocerle un poco mejor, a él y a su trabajo.
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?

Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.

Te voy a mencionar 3 conceptos; me gustaría que nos contaras en qué medida te afectan, para bien o para mal, en el desarrollo de tu profesión:
Editores

Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Para muchos editores prevalece el número de ventas por encima de la originalidad o la calidad literaria, y ese punto de vista muchas veces aborta grandes proyectos más cercanos a lo vanguardista que a  lo meramente estándar. A fin de cuentas, una editorial no es otra cosa que una empresa… Pero también hay editores arriesgados que aman la literatura por encima de las cifras, aunque por desgracia suelen ser muchos menos.
Lo triste para cualquier escritor es echar un vistazo tras los escaparates de las librerías y ver auténticas bazofias presentadas con jactancia como best sellers, cuando lo cierto es que el número de ventas rara vez va en concordancia con la calidad literaria.

Internet

Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos. 

Uno de los peligros de Internet es el hecho de caer en la incomunicación de la comunicación y en la desinformación a base de sobreinformación. Por otro lado, me inquieta el hecho de que Internet ya no sea algo opcional que consultar de vez en cuando sentados frente a una pantalla; ahora llevamos Internet a cuestas en el bolsillo durante todo el día…  Pienso que la irrupción de los ordenadores y los teléfonos móviles en nuestra vida privada nos ha desbordado por completo, y no creo ni  por asomo que ahora seamos más felices ni que nos comuniquemos mejor que antes.

Todo este fenómeno social es un montaje lucrativo de las empresas tecnológicas, las cuales nos han puesto el “caramelito” de las grandes ventajas de estar comunicados las 24 horas del día como algo esencial en nuestras vidas… Han diseñado lo que quieren que necesitemos para que no podamos prescindir de ello en el futuro. Nos están  alienando y no hemos hecho nada por impedirlo. Nuestra sociedad, que es básicamente superflua y materialista, convierte los lujos en necesidades. Ahora si no tienes Guasap, eres poco menos que un proscrito y la gente te margina por no “estar al día”. Ya no importa la amistad en sí misma. Importa que estés conectado a la red constantemente por medio del teléfono móvil, aunque sólo sea para decir estupideces…
Lo que muchos no sospechan o no quieren ver, es que detrás de ese invento tecnológico vendrá otro que le sustituya. Ya están preparando desde un despacho de marketing publicitario lo que “vamos a necesitar” en el futuro… Así nos mantienen de por vida idiotizados con la zanahoria delante de nuestras narices, lucrándose a base de nuestra imperiosa necesidad de comunicarnos como especie social y gregaria que somos por naturaleza.

Por mi parte, no soy una persona que necesite estar constantemente comunicado, como el que tiene que estar asistido a un tubo conectado con una botella de suero para sobrevivir. Prefiero disfrutar de lo que tengo delante y charlar sin que nada me interrumpa, cosa que ya es muy difícil, pues todos los que están enganchados al móvil viven para él, siempre más pendientes de lo que está lejos que de lo que tienen enfrente.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Los parámetros que ha diseñado el móvil a principios de este siglo me parece un síntoma enfermizo de la sociedad actual. El móvil ha idiotizado a la gente, convirtiéndola en marionetas de un artilugio superfluo. Realmente me parece una esclavitud disfrazada de comodidad.

 Lo cierto es que la gente se sigue sintiendo igual de sola que antes. No ha mejorado la comunicación real, tan sólo la virtual. A pesar de Facebook, los amigos de verdad se siguen contando con los dedos de una mano.
Con los ordenadores hay que saber dónde termina la realidad y dónde comienza lo virtual. No podemos canalizar todas nuestras emociones a través de una pantalla. El riesgo de Internet es que si no lo usamos con inteligencia puede acabar cuadriculando nuestra mente.

Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.

Creo que al final pagaremos un precio muy alto por este mundo tecnológico que ha arrollado nuestras vidas.
Sería ingenuo pensar que Internet en sí mismo es una alternativa personal a elegir; más bien se trata de una imposición social fomentada desde arriba para tenernos controlados.

Crisis

La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.

 Antiguamente al pueblo llano se le tenía atemorizado con la religión y sus mensajes apocalípticos. En el siglo XXI los gobernantes nos meten miedo con la crisis, que al fin y al cabo no son más que números y estadísticas que basculan. Lo cierto es que nos subyugan creando un ambiente general de situación límite, cuando la realidad es que nunca hemos tenido más comodidades que ahora. Crisis fue la que vivieron nuestros abuelos en la posguerra comiendo mondas de patatas y pasando verdaderas necesidades. Ahora dicen que estamos en plena crisis, pero no conozco a nadie que haya renunciado a su teléfono móvil, ni a instalar su tdt para poder ver un montón de canales en la televisión.

Para mí la verdadera crisis es la medioambiental. Cuando empiecen a deshelarse los casquetes polares de manera irreversible, como de hecho ya está sucediendo, todas esas cifras económicas dejarán de tener sentido… Por desgracia el ser humano es así: capaz de lo mejor y de lo peor.
 
Oscar ha dirigido como locutor y guionista un programa de radio: El Bosque Encantado. Háblanos de tu experiencia en las ondas; ¿qué es lo que más te aporta para tu profesión de escritor?

Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.

Sabemos que te gusta la fotografía artística, ¿no has pensado utilizar en las portadas de tus libros alguna de tus fotografías?

Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.

Háblanos de tu "Crónica Sobre la Historia del Rock"... ¿Cuál es tu grupo de rock favorito?

De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.

La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Por desgracia, ya casi no surgen grupos y artistas con la personalidad de
Santana, Jethro Tull, The Kinks, Rolling Stones, The Who, The Doors, Grateful Dead, Don Mc Lean, Crosby, Stills, Nash& Young, Bob Dylan, Carole King, Donovan, Cat Stevens, Ten Years After, Cream, Allman Brothers, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Black Sabbath, Jimi Hendrix, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Lou Reed, David Bowie, T. Rex, Bob Marley, Queen, Genesis, King Crimson, Yes, Camel, Supertramp, Mike Oldfield, The Police, Dire Straits, U2...


Duendes es uno de esos escritos fantásticos que nos adentran en las peculiaridades de estos pequeños seres, concretamente, los que habitan en nuestra Sierra del Guadarrama. Quisiera saber ¿con qué duende te identificas más: campestre, montaraz o albino?

Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...

Tras la “carrera de fondo” que supone escribir una novela, vemos que últimamente te has decantado por la “media distancia”. A la hora de crear narraciones más cortas, ¿utilizas otro método distinto al de la novela para desarrollar la trama o el enfoque es similar? Coméntanos algo sobre tus relatos.

A pesar del reto intelectual y el esfuerzo que supone enfrentarte a una composición extensa, al principio de mi carrera como escritor me dediqué de lleno a escribir novelas, quizás porque me parecía más atractivo el hecho de tener atrapado al lector durante varios días con el ambiente y los personajes creados, cosa que en el ámbito del relato resulta imposible por cuestiones de extensión. Un relato viene a ser un aperitivo comparado con el guiso caliente que es una novela de doscientas páginas. Sin embargo, después concluir mi tercera novela sentí la necesidad de experimentar con otro ritmo literario. Sin duda el relato me ofrecía un terreno idóneo para plasmar las situaciones de una forma más directa. En los relatos las descripciones se prestan a mostrarse de manera concisa, mientras que en la novela tienes que ir tejiendo poco a poco el perfil de los protagonistas. Son creaciones distintas en cuanto a extensión, pero el ámbito en el que se mueven es básicamente el mismo; de hecho muchas novelas surgen de historias cortas.

En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.

Bueno, creo va llegando el momento de centrarnos un poco en tu novela Retazos de un bastardo. ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla y en qué te inspiraste?

Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.

Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.

En tu novela Retazos de un Bastardo, defines la felicidad como "un dulce estado de ánimo pasajero". ¿Crees que sin desdicha no hay dicha?

Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo  Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.

Reconozco que en esta pregunta tengo un interés personal, ya que hablamos de uno de mis cuadros favoritos... ¿Como se te ocurrió usar la imagen de “Saturno devorando a su hijo” en la portada de tu libro, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista es un pintor surrealista?

En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Lo que sí he comprobado con el paso del tiempo, es que la portada se ha convertido en una prueba de fuego para el lector de mi novela. Generalmente si te atrae la imagen, es que te va a gustar el contenido, y viceversa.

Recomienda tu novela a nuestros lectores...

Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.

En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.

Una última pregunta... ¿Para cuándo tu próximo libro?

Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.

Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…


Por nuestra parte, pediremos a los duendes y las hadas de la Sierra de Guadarrama que el deseo de Oscar se cumpla en breve y nosotros podamos verlo y contároslo desde aquí.



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 Oscar Nóbregas tomando apuntes a mano



Oscar Nóbregas (izda). Tertulia en un bar de Lavapiés




Oscar Nóbregas 2017



















FOTOS ARTÍSTICAS DE
OSCAR NÓBREGAS







Primer premio concurso Magnum:


La ira de Dios





Finalista concurso de fotografía Guadarrama:


























Títulos de las fotos por orden de aparición:

1. Prado en diciembre
2. Árbol desnudo
3. Río Guadarrama helado
4. Puente nevado
5. La torre en invierno





Paisajes que sugieren























































 
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Títulos de las fotos por orden de aparición:


1. Arco iris en Guadarrama
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel


*COPYRIGHT FOTOS*
Oscar Nóbregas





 



COPYRIGHT  OSCAR NÓBREGAS




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EMAIL CONTACTO: oscarnobregas#yahoo.es













 






Citas literarias


“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.
SWETT MARDEN




“Escribir es robar vida a la muerte.”
ALFREDO CONDE








“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”
FRANCOIS MAURIAC









“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”
CHARLES BUKOVSKI





“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”
JEAN ROSTAND








“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.” 

CICERÓN 







“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”
SÉNECA








“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”

FRIEDRICH NIETZSCHE 







“La lectura cura los dolores del alma.”
ANÓNIMO








“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”

PROVERBIO HINDÚ 







“Un buen libro, es el mejor de los amigos.” 
RUBÉN DARÍO








“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”

SCHILLER 







“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."
JOHN F. KENNEDY








“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.” 
SAMUEL SMILES








“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.” 
EDMUNDO DE AMICIS








“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”
SCHILLER









“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”
THOMAS MACAULAY




"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer."
GROUCHO MARX



"Hay imágenes en los escondrijos de los libros, que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres."
FERNANDO PESSOA



 




Poesías y Canciones
OJALÁ

Ojalá que las hojas no te toquen
el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Silvio Rodríguez


DE ALGUNA MANERA

De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Luis Eduardo Aute







TE ALEJAS

Te alejas bajo la oscuridad del parque
 con paso firme, inalcanzable.
Se diluye tu figura rojiza por calles estrechas
hasta que te traga la noche.

Aturdido, te busco entre luces y semáforos...
Nado sobre el asfalto y acabo hundido en la desolación.
Tu silueta tan sólo es un punto en el horizonte,
un punto lejano en el abismo de la ciudad.

Te alejas.
Mi corazón cansado no puede seguirte
y se amohína ahogado en soledad.

Me siento desnudo.
Tus brazos y tu pelo ya no me arropan,
no puedo sentir el calor de tu cuerpo
en mitad del otoño sombrío.

Estoy solo.
No encuentro tus ojos azules ni tus besos,
las hadas de tus labios se desdibujan
en mi fría almohada.

Te alejas.
La llama del amor se apaga.




Oscar Nóbregas 














POEMA 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Pablo Neruda




LIBRE TE QUIERO

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.



Agustín García Calvo



A UN OLMO SECO 

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



Antonio Machado

(Adapt. Juan Manuel Serrat)



PARA LA LIBERTAD


Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho
dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales,
y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos
y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida. 



Miguel Hernández

(Adapt. Juan Manuel Serrat) 












PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.



Francisco de Quevedo

(Adapt. Paco Ibáñez)





DESMAYARSE

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,


leal, traidor, cobarde y animoso;


no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde,


altivo, enojado, valiente, fugitivo,


satisfecho, ofendido, receloso;


huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,


olvidar el provecho, amar el daño;


creer que el cielo en un infierno cabe;


dar la vida y el alma a un desengaño,


esto es amor, quien lo probó lo sabe.




Lope de Vega





LA MALA REPUTACIÓN

En mi pueblo, sin pretensión,

tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.

Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.

En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.


Georges Brassens

(Adapt. Paco Ibáñez)




PALABRAS PARA JULIA 

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:

Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.

Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.


José Agustín Goytisolo

(Adapt. Paco Ibáñez)





ME QUEDA LA PALABRA

Si he perdido la vida, el tiempo,

todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero












Palabras que marcan
Libros 

LA ODISEA, CANTO I
HOMERO 
 
Háblame oh, Musa, de las desdichas de aquel ingenioso y astuto varón, que anduvo tiempo errante por el mundo, tras haber destruido los sagrados muros de Ilion, que visitó muchas ciudades y conoció el modo de ser de numerosas personas; que, en el mar, supo de tantos padecimientos para lograr su propia salvación y el retorno de sus compañeros; mas no pudo salvarlos, a pesar de todos sus esfuerzos, ya que perecieron a causa de sus propios errores. ¡Insensatos! Comieron los rebaños del Sol, hijo de Hiperión, el cual no permitió que regresaran a sus lares. Cuéntanos, diosa, hija de Zeus, algunas de tales aventuras.

PRÓLOGO DEMIAN
HERMANN HESSE
Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo presienten y por ello mueren más tranquilos, como yo moriré cuando haya de escribir esta historia.
No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca y aún lo sigo haciendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. 

Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose. 

La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero. Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo; sin embargo, cada cual aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con más luz, cada cual como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras de un mundo primario.



RAYUELA, CAPÍTULO 7
JULIO CORTÁZAR




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.



LOS ASESINATOS DE LA CALLE MORGUE
EDGAR ALLAN POE
Una rareza de mi amigo era que adoraba la noche por la noche misma, y me entregué a esta rareza suya, como a casi todas las otras que demostró. Con las primeras luces del alba, cerrábamos todas las persianas del antiguo edificio y encendíamos un par de velas que lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con la ayuda de estas velas nos dedicábamos a soñar, leer, escribir o conversar, hasta que el reloj nos anunciaba la llegada de la verdadera Oscuridad. Entonces salíamos a la calle vagando por ahí hasta muy tarde.



 CRIMEN Y CASTIGO
FIODOR DOSTOYEVSKI


Por lo pequeña que era, recibió el golpe en la misma cima del cráneo. Exhaló un grito, pero muy débil. Raskolnikov le asestó un segundo golpe y enseguida un tercero, con el lado romo de la hoja y también en lo alto del cráneo. Saltó la sangre como de un vaso volcado y el cuerpo se desplomó de espaldas. Él retrocedió un paso cuando la vio caer y al momento se agachó para ver la cara. La vieja estaba muerta. Los ojos parecían saltársele de las órbitas y la frente y todo el rostro los tenía convulsamente contraídos. Puso el hacha en el suelo junto a la muerta y le registró uno de los bolsillos, procurando no mancharse de sangre.
Raskolnikov estaba en pleno dominio de sus facultades, pero aún le temblaban las manos.










MOMO
MICHAEL ENDE





Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Muy pocas personas saben escuchar de verdad y la manera en que lo hacía ella era única. 
Momo sabía escuchar de tal forma que a la gente se le ocurrían de pronto ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y simpatía. Mientras tanto miraba con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.


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A Beppo le gustaban esas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario. Cuando barría las calles, lo hacía despacio pero con constancia. Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí, se le ocurrían pensamientos. Eran pensamientos sin palabras; pensamientos tan difíciles de comunicar, como un olor o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, se sentaba con Momo y charlaban:

—A veces tienes ante ti una calle larguísima —le decía—. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabarla; y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cuando levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Te esfuerzas más todavía y al final está sin aliento... Así no se debe hacer.
Reflexionó durante un rato, y después siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que concentrarse en el paso siguiente, en la siguiente barrida; nunca nada más que en la siguiente. Entonces es divertido, y, eso es importante, porque así se hace bien la tarea.









MEMNÓN O LA SABIDURÍA HUMANA
VOLTAIRE





Memnón concibió un día la extravagante idea de ser completamente cuerdo; locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnón discurría así:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fácil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa, me diré a mí mismo: "Llegará un día en que esa cara se llene de arrugas; esos bellos ojos perderán su brillo; ese busto firme y turgente se volverá fofo y caído; esa abundancia de pelo se trocará en calvicie." Me bastará figurarme entonces cómo será esa linda cabeza, para que no me haga perder la mía. 

Lo segundo, siempre seré sobrio, por más que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendré muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estómago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comeré con sobriedad y, con el goce de la salud, mis ideas serán claras y felices. Luego no descuidaré mi hacienda. Soy hombre moderado; tengo un capital que me produce buena renta. Con ello puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna.

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—¡Ay! —replicó Memnón— ¿Y por qué no viniste anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
—Tu suerte cambiará —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarás de ser tuerto; pero aparte de eso, serás feliz a condición de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo.
—¿Es que eso no es posible? —preguntó Memnón reprimiendo un sollozo.
—No —contestó el genio—. Como tampoco es posible ser del todo sano o feliz.








EL VIAJE DE NILS HOLGERSSON
SELMA LAGERLÖF




Tenía hambre. Como no había comido en toda la jornada, cayó en la cuenta de que era preciso hacerlo, pero, ¿dónde encontrar algo? En el mes de marzo ni la tierra ni los árboles ofrecen nada que comer... ¿Quién le daría albergue? ¿Quién le prepararía el lecho? ¿Quién le calentaría en su refugio? ¿Quién le protegería contra las bestias salvajes?
El sol se había extinguido en la lejanía. El lago esparcía un frío terrible. Las tinieblas caían del cielo sobre la tierra; la noche iban dejando al pasar sus huellas espantables y en el bosque se percibían ruidos y susurros que ponían espanto en el alma.

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Al día siguiente, prosiguiendo su viaje, los patos remontaron el valle azul. Era en aquella región el primer día hermoso de primavera. Hasta entonces la primavera había avanzado entre lluvias y tempestades. Debido a este esplendido tiempo repentino, la nostalgia del verano y de las verdes florestas se apodera de los hombres y les hace muy penoso el trabajo cotidiano. 

Cuando los patos silvestres pasaban altos, muy altos por encima de la tierra, no había ningún campesino que no interrumpiera su tarea para seguirlos con la visión puesta en la lejanía.

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Nadie debe vanagloriarse de ser más que el otro y sólo debéis alegraros de poder cruzar serenamente vuestra mirada y que al trataros haya en vuestro ánimo esa palidez que es el contento de la vida.


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Los patos silvestres pasaron sobre el Bohuslän, y cuando hubieron doblado las rocosidades de la costa aún les fue posible ver nuevamente el sol enorme y encendido, encima de las olas donde iba a abismarse. Al ver el mar libre e infinito y el sol de la tarde, purpúreo, de un resplandor tan suave que no podía fijar en él la mirada; Nils sintió que entraban en su alma una gran paz y una gran seguridad. Es una bella cosa ser libre y tener el espacio abierto ante sí.












EL SATIRICÓN 
PETRONIO

¿No es acaso un nuevo arrebato de las furias el que agita a los declamadores cuando gritan: "Estas heridas que veis las recibí por la libertad del pueblo y este ojo lo perdí por vosotros?

¿Por qué no me dais un guía que me conduzca a mis hijos? Mis rodillas truncadas no me aguantan el peso del cuerpo."

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¿Pueden hacer algo las leyes allí donde el único señor es el dinero?

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Era tal el encanto de su voz, tan dulce el sonido que acariciaba el aire, que me parecía estar oyendo un coro de sirenas entre las brisas.








LA METAMORFOSIS
FRANZ KAFKA








Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuyas prominencias apenas sí podía aguantar la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

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A Gregorio no se le había ocurrido en absoluto querer asustar a nadie, ni mucho menos a su hermana. Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto, fue, sin duda, lo que sobrecogió a los demás, pues, a causa de su estado doliente, tenía, para realizar aquel difícil movimiento, que ayudarse con la cabeza, levantándola y volviendo a apoyarla sobre el suelo varias veces. 
Se detuvo y miró en torno suyo. Parecía haber sido adivinada su buena intención: aquello sólo había sido un susto momentáneo. Ahora todos le contemplaban tristes y pensativos.








MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
FRIEDRICH NIETZSCHE






El hombre de élite se busca instintivamente su torre de marfil; un reducto en el que se vea libre de la masa, del vulgo, de la muchedumbre, donde pueda olvidar "el hombre", la regla a la cual constituye la excepción.

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La independencia es cosa de una reducida minoría; es el privilegio de los fuertes. El independiente se aísla y se deja desgarrar jirón a jirón por algún minotauro oculto en las cavernas de su conciencia.








EL EXTRANJERO
ALBERT CAMUS
El capellán me miró con cierta tristeza. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, cuando gritó volviéndose hacia mi: "¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha deseado usted otra vida!" Le contesté que naturalmente era así, aunque no tenía la mayor importancia. Quería seguir hablándome de Dios, pero me adelanté y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo antes de la ejecución. No quería perderlo con Dios. Me preguntó por qué le llamaba señor y no padre. Esto me irritó y le contesté que no era mi padre.
— Tiene el corazón ciego, rogaré por usted —dijo el cura. Entonces algo se rompió dentro de mí. Le insulté y le dije que no rogara y que más le valía desaparecer. Le tomé por el cuello de la sotana; vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos donde se mezclaban el gozo y la cólera. El sacerdote parecía estar muy seguro de sus convicciones. Sin embargo, ninguna de sus certezas valía lo que un solo cabello de mujer.







EL SOBRINO DE RAMEAU
DENIS DIDEROT


Haga buen o mal tiempo, tengo la costumbre de pasear, hacia las cinco de la tarde, por el Palais Royal. 
Yo soy aquel que medita, siempre solo, en el banco de Argenson. Converso conmigo mismo de política, de amor, de arte o de filosofía. Abandono mi espíritu a un libertinaje completo. Le permito que siga la primera idea que se presente, sea sabia o necia...


Mis ideas: ésas son mis amantes.








PENAS DEL JOVEN WERTHER
GOETHE

No, no me engaño; leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Sé que me ama. 
No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota y, a pesar de ello, cuando habla de su futuro esposo con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado al que despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.
¡Qué sensación tan grata inunda todas mis venas, cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío... El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia, su alma cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esas insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su aliento se confunde con el mío, creo morir como herido por el rayo.








SIDDARTHA
HERMANN HESSE

A la sombra de la casa y bajo el sol, a la orilla del río y junto a las barcas, a la sombra del bosque de sauces y el huerto de higueras creció Siddhartha, el hermoso hijo del brahmán.


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Siddhartha se inclinó, levantó una piedra del suelo y la sopesó en su mano.
—Esto —dijo jugueteando— es una piedra, y dentro de un tiempo determinado quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta animal o ser humano. Sí, puedo amar una piedra, Govinda; así como a un árbol y hasta a un pedazo de corteza.

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Siddhartha vio negociar a muchos mercaderes, vio príncipes que iban de cacería, gente enlutada que lloraba a sus muertos, prostitutas que se ofrecían, médicos que curaban, sacerdotes que fijaban el día de la siembra, amantes que se amaban... Todo mentía, todo era hediondo, todo rezumaba engaño y simulaba tener sentido.

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Silencioso, Siddhartha solía permanecer bajo el calor vertical del sol, ardiendo de sed y de dolor, hasta que ya no sentía dolor ni sed.
Reflexionaba hondamente como sumergiéndose en aguas muy profundas hasta tocar fondo, en el lugar donde reposan las causas últimas. Desentrañar esas causas era, según él, la verdadera forma de pensar. Sólo así las sensaciones se convierten en conocimientos y, en vez de diluirse, adquieren contenido y empiezan a irradiar lo que hay en ellas.

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Al tomar conciencia de su soledad, sintió que algo semejante a un pájaro o una liebre se le helaba en el pecho.
Y en ese mismo instante en que el mundo que lo rodeaba pareció desvanecerse y él se quedó solo como una estrella en el firmamento, en aquel momento de frialdad y desánimo se irguió un Siddhartha más sólido y fuerte, más posesionado que nunca de su propio Yo.



LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN
CARLOS CASTANEDA


Don Juan usó por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote, toloache y un hongo mexicano. Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería y para alcanzar un estado de éxtasis. La importancia de las plantas consistía para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepción peculiar en el ser humano. Los llamaba estados de realidad no ordinaria, en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana.


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En nuestras conversaciones don Juan usaba a menudo la palabra hombre de conocimiento.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —decía.
—¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?—No, no cualquiera. Uno se hace un hombre de conocimiento por un instante muy corto.
—¿Qué tengo que hacer para llegar a ese punto, don Juan?
—Tienes que ser un hombre fuerte, y tu vida tiene que ser verdadera.
—¿Qué es una vida verdadera?
—Una vida que se vive con la certeza nítida de estar viviéndola.









SOBRE EL AMOR Y LA SOLEDAD
KRISHNAMURTI


Nadie puede vivir sin relación. Uno podrá retirarse a las montañas, convertirse en monje, marcharse completamente solo al desierto; pero está relacionado. No puede escapar de ese hecho en absoluto. No puede existir en aislamiento.

Su mente podrá pensar que existe en el aislamiento pero, aun en ese aislamiento, uno está relacionado. La vida es relación. No podemos sobrevivir si hemos construido un muro alrededor de nosotros.

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La comparación nos impide mirar plenamente. Yo te miro a ti, que eres una persona agradable, pero digo: "conozco a una persona mucho mejor" o "conozco a una persona más estúpida."


Cuando hago esto no te estoy mirando a ti. Para mirarte de verdad no debo compararte con otra persona.

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Digamos que poseo a alguien como esposa o como marido. ¿Comprenden lo que significa poseer? Uno posee su abrigo. Si alguien nos lo sustrajera, nos sentiríamos enojados, porque considera su abrigo como de su propiedad. Posee eso y se siente enriquecido gracias a la posesión.


La posesión crea una barrera respecto al amor. Si yo me siento dueño de alguien, si lo poseo, ¿es eso amor? Poseo a una persona como poseo un automóvil, porque en la posesión me siento rico. Este adueñarse de alguien, este depender, es lo que llamamos amor. Pero si lo examinan verán que, tras de ello, la mente se siente satisfecha en el hecho de la posesión.

Cuando poseo a una persona, cuando considero a esa persona como "mía", ¿hay amor? Obviamente no. Tan pronto mi mente crea un cerco alrededor de esa persona no hay amor. Cuando hay abnegación, olvido de nosotros mismos, entonces es posible el amor.








EL MUNDO DE SOFÍA
JOSTEIN GAARDER
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.

Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una urbanización y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín no existía ninguna casa más. 

Allí comenzaba el espeso bosque. 

Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Esa tarde sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía. "Sofía Amundsen", ponía en el pequeño sobre. "Camino del trébol nº 3". Eso era todo; no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.

En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?

No ponía nada más. No traía saludos ni remitente; sólo esas dos palabras escritas a mano con dos grandes interrogaciones. Volvió a mirar el sobre. Sí la carta era 
para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?


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Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a 
ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.

En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba sólo por cosas superficiales. Para ella había unas cuestiones mucho más grandes, cuyo estudio era mucho más importante que las asignaturas corrientes del colegio.

¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más interesante pensar en
ellas, que estudiarse de memoria los verbos irregulares.


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Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de
 dos mil años, pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir, que las preguntas filosóficas surgen por sí mismas. 

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un pañuelo blanco en un conejo vivo? A muchas personas el mundo les parece tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío. En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando parte de él. En realidad, somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco, es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.

En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que estamos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos del prestidigitador. 

Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es tener la capacidad de asombro.







EL MONO DESNUDO
DESMOND MORRIS













En una jaula de cierto parque zoológico hay un rótulo en el que dice: "Este animal es nuevo para la ciencia". Dentro de la jaula se encuentra una pequeña ardilla. Tiene los pies negros y procede de África. Ninguna ardilla había sido hallada anteriormente en aquel continente. ¿Qué hay en su modo de vida que ha hecho de ella un ejemplar único? ¿En qué se diferencia de las otras 366 especies de ardillas ya conocidas y estudiadas? En algún punto de la evolución de la familia de las ardillas, los antepasados de este animal debieron de separarse del resto y establecerse como raza independiente.
Hay 193 especies de simios y monos. 192 de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo Sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales. 

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El mono de los bosques, convertido sucesivamente en 
mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha transformado en mono cultural. El progreso le condujo en sólo medio millón de años, desde el encendido de una fogata hasta la construcción de naves espaciales.

Es un historia emocionante, pero el mono desnudo corre el peligro de quedar deslumbrado por ella y olvidar que, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate... Incluso el mono espacial tiene que orinar.






INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
SIGMUND FREUD
















Hemos investigado, en primer lugar, las condiciones en las cuales se produce la equivocación oral. Sin duda, el lapsus presenta un sentido propio. La equivocación oral está considerada como un acto psíquico completo, con su fin propio, y como una manifestación de contenido y significación peculiares. 
Cualquiera de nosotros que tenga ya tras de sí una experiencia larga de la vida, puede decir que sin duda se hubiera ahorrado muchas desilusiones y dolorosas sorpresas, si hubiera tenido el valor y la decisión de interpretar los pequeños actos fallidos que se producen en las relaciones entre los hombres, como signos premonitorios de intenciones que no le son reveladas. 
Pero la mayoría de las veces no nos atrevemos a llevar a cabo tal interpretación, pues tememos caer en la superstición pasando por encima de la ciencia.






EL LIBRO DEL DESASOSIEGO
FERNANDO PESSOA








He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios. Pertenezco a esa especie de hombres que están siempre al margen de lo que pertenecen. He considerado que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo pues, ser adorado; pero que la humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando otra cosa que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. 
No sabiendo lo que es la vida religiosa porque no se tiene fe con la razón, nos queda como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida.


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Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría, porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor.
Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido imperdonable de la inacción.


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Le he pedido tan poco a la vida, y ese mismo poco la vida me lo ha negado. Un haz de parte del sol, un poco de sosiego con un pizca de pan, no pesarme mucho el conocer que existo y no exigir nada de los demás, ni exigir ellos nada de mí.
Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo; solo como siempre he estado, solo como siempre estaré.


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Ya lo he visto todo, hasta lo que nunca he visto, y lo que nunca veré. Y asomado al antepecho, sobre el volumen variado de la ciudad entera, sólo un pensamiento me llena el alma: el deseo íntimo de morir, de acabar, de no ver más luz sobre ninguna ciudad, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás como un papel de envolver, el curso del sol y de los días; de quitarme, como un traje pesado al borde del lecho, el esfuerzo involuntario de ser.






SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
MIGUEL DE UNAMUNO


"Venceréis, pero no convenceréis"











Yo empecé entonces a temer por mi pobre hermano. Desde que se nos murió don Manuel no cabía decir que viviese. Visitaba a diario su tumba y se pasaba las horas muertas contemplando el lago. Sentía morriña de la paz verdadera.
— No mires tanto el lago —le decía yo.
— No hermana, no temas. Es otro el lago que me llama; es otra la montaña. No puedo vivir sin él.
—¿Y el contento de vivir, Lázaro, el contento de vivir?
— Eso para otros pecadores, no para nosotros que le hemos visto la cara a Dios.
— ¿Qué, te preparas para ir a ver a don Manuel?
— No, hermana, no. Ahora aquí en casa, entre nosotros solos, toda la verdad, por amarga que sea, amarga como el mar a que van a parar las aguas de este dulce lago, toda la verdad para ti, que estás abroquelada contra ella...
— ¡No, Lázaro, ésa no es la verdad!
— La mía, sí.
— La tuya; pero y la de...
—También la de él.
—¡Ahora no, Lázaro, ahora no! Ahora cree otra vez, ahora cree...
— Mira, Ángela: una de las veces en que al decirme don Manuel que hay cosas que aunque se las diga uno a sí mismo debe callárselas a los demás, le repliqué que me decía eso por decírselas a él, esas mismas, así mismo, acabó confesándome que creía que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida.
—¿Es posible?
—¡Y tan posible! Y ahora hermana, cuida que no sospechen siquiera aquí, en el pueblo, nuestro secreto...
—¿Sospecharlo? —le dije—. Si intentase, por locura, explicárselo, no lo entenderían.

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Quedé más que desolada, pero en mi pueblo y con mi pueblo. Y ahora, al haber perdido a mi san Manuel, al padre de mi alma, y a mi Lázaro, mi hermano aún más que carnal, espiritual, ahora me doy cuenta de que he envejecido. Pero ¿es que los he perdido?, ¿es que he envejecido?¡Hay que vivir! ¡Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma de la aldea; a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea, y no sentía yo más pasar las horas, y los días y los años, que no sentía pasar el agua del lago. Me parecía como si mi vida hubiese de ser siempre igual. No me sentía envejecer. No vivía yo ya en mí, sino que vivía en mi pueblo y mi pueblo vivía en mí.







LA COLMENA
CAMILO JOSÉ CELA











Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un duro por nada de este mundo; ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas sin más ni más, por entre las mesas.









DON QUIJOTE DE LA MANCHA
MIGUEL DE CERVANTES









Media noche era por filo, poco más o menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo oscura, por hallar en su oscuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, maullaban gatos, cuyas voces, de diferente sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo eso, dijo a Sancho:
—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo que guiar, cuerpo de sol, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuesa merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de Dulcinea, ¿es hora ésta, por ventura, de hallar la puerta abierta? Y ¿será bien que demos aldabazos para que nos oigan y nos abran, metiendo en alboroto y rumos toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero el alcázar —replicó don Quijote—; que entonces yo te diré lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande que desde aquí se descubre, debe ser el palacio de Dulcinea.
—Quizá sea así —respondió Sancho—, aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que ahora es de día... 
Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos topado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió el escudero—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cementerios a tales horas.


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Así como don Quijote se emboscó en la floresta junto al Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver por su cautivo caballero, y se dignase a echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. 
Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba.
—Anda hijo —le animó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe de contenta en la almohada... Si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado. Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacará yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en el interior del alma pasa.








HAMLET
SHAKESPEARE

















¡Ser, o no ser, ésa es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble: sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y afrontándolo desaparecer con ellas? Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil quebrantos que heredó nuestra carne.
¡Quién no ansiara concluir así!
Morir... quedar dormidos.... Dormir... ¡tal vez soñar!
¡Ay! Allí hay algo que nos detiene... Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.
¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...
Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la tumba! La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron.









LA DIVINA COMEDIA
DANTE ALIGHIERI












Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto. 
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento! No es de seguro mucho más penoso el recuerdo de la muerte. Más para hablar del consuelo que allí encontré, diré las demás cosas que me acaecieron. No sé fijamente cómo entre en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba. Mas viéndome después al pie de una colina en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto y vi su cima dorada. 
Y como aquel que saliendo anhelante fuera del piélago al llegar a la playa, se vuelve hacia las olas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, azorado aún, retrocedió para ver aquel lugar de donde no salió jamás alma viviente.

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Ahuyentó el profundo sueño que embargaba mi mente, un fuerte trueno, con lo que desperté sobresaltado como hombre que vuelve por fuerza en sí; y levantándome, moviendo tranquilamente la vista en torno, miré con atención para reconocer el sitio en que me hallaba. No pude dudar que estaba a la orilla del doloroso valle del abismo, donde resuena el rumor de lamentos sempiternos. Tan lóbrego, profundo y sempiterno era, que por más que intenté penetrar en el fondo con la vista, no conseguí distinguir objeto alguno.
—Descendamos ahora allá abajo, al mundo de las tinieblas —empezó a decirme Virgilio, cuyo semblante estaba desencajado— yo iré delante: tú seguirás mis pasos.
Pero advirtiendo su palidez, le dije:
—Y ¿cómo he de ir, cuando tú mismo, que sueles infundirme aliento, está atemorizado?
—La angustia —me respondió— de los que yacen en ese abismo, es la que pinta en mi rostro una compasión que tú has atribuido a temor. Sigamos marchando, que el camino es largo, y hemos de darnos prisa. Y se introdujo, y me hizo entrar en el primer círculo que rodeaba la infernal mansión... Allí, según lo que podía yo percibir, no eran lamentos los que se oían, sino suspiros que conmovían aquellas eternas bóvedas, y que exhalaban en su pena, no en su tormento, una multitud de mujeres y varones.







MOBY DICK
HERMAN MELVILLE













Llamadme Ismael, si no os importa. Hace ya varios años, no sabría exactamente cuántos, en ocasión de hallarme con el bolsillo vacío y sin nada en tierra que consiguiera interesarme, tuve la ocurrencia de hacerme a la mar. Se me antojó como el mejor modo de combatir mi aburrimiento y de purificar en cierto modo mi alma. Ocurre en mí, que, de vez en cuando, me veo atacado por extraños ramalazos de melancolía. En tales casos, nada más bueno y saludable, a mi manera de ver, que tomar una resolución de tipo heroico. En lo que a mí se refiere, mi atracción por el agua salada viene de lejos, de siempre, es decir, por instinto; y por esa endiablada sed de aventuras que me ha impedido siempre arraigar en alguna parte. ¡Y cómo disfruto cuando me veo en lo alto de las jarcias, contemplando el rebullir de las olas bajo mis pies, o viendo perderse a lo lejos las masas de cemento de las ciudades agitadas! 
A pesar de todo no dejo de pensar por qué, después de haber oxigenado mis pulmones durante tantos años a través de todos los mares, se me coló en la cabeza la idea de hacerme de nuevo a la mar, tras la inquietante y peligrosa espuma de una gran ballena.









LA ISLA DEL TESORO
R.L. STEVENSON














Soy Jim, y el magistrado Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros amigos míos, me han encargado que describa minuciosamente todo cuanto sucedió en la Isla del Tesoro, desde el principio hasta el fin, sin dejar en el tintero otra cosa que la situación geográfica de la isla, y esto porque todavía quedan riquezas que forman parte del botín rescatado. 
Comienzo pues, mi relato, remontándome a aquellos tiempos, ya lejanos, en que mi padre era dueño de la hostería de El Almirante Benbow, y un viejo lobo de mar, de rostro moreno y curtido por la intemperie, cruzado por la siniestra cicatriz que en él dejara un terrible sablazo, entró como huésped de nuestra casa. Como si fuese ayer, recuerdo perfectamente la llegada de aquel hombre, que se presentó en la hostería renqueando y seguido de una carretilla en la que transportaba un pesado cofre marinero. La embreada coleta caíale sobre la espalda, rozando su vieja casaca azul llena de manchas. Todavía me parece que le estoy viendo escudriñar la ensenada cercana silbando entre dientes. Y de pronto, mientras se acercaba a la posada, entonar aquella extraña y antigua canción marinera que más tarde le oiría tararear muchas veces:

Quince hombres van en El Cofre del Muerto.
¡Ja, ja, ja!
¡Y un gran frasco de ron!


Al llegar a la hostería, golpeó con fuerza la puerta valiéndose de un bastón largo y delgado como un espeche artillero; y cuando acudió mi padre le pidió, con tono destemplado, que le sirviera un vaso de ron.









VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
JULIO VERNE














Durante algunos días, pendientes espantosamente verticales nos llevaron a gran profundidad, a través de las paredes de granito. Algunas jornadas ganábamos legua y media y hasta dos leguas hacia el centro. Había descensos peligrosos, siéndonos de gran utilidad la destreza de Hans y su sangre fría. El impasible islandés se sacrificaba con indiferencia, y gracias a él salvamos más de un mal paso, del cual no hubiéramos sabido salir nosotros solos. Su mutismo aumentaba cada día, y aun creo que nos lo inoculaba. Los objetos exteriores ejercen una acción real sobre el cerebro. Quien se encierra tras cuatro paredes, acaba por perder la facultad de asociar las ideas y las palabras. ¡Cuántos prisioneros se han vuelto locos por falta del ejercicio de las facultades mentales!


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Durante las dos semanas que sucedieron a nuestra última conversación, no se produjo ningún incidente digno de ser relatado. No encuentro en mi memoria más que un solo acontecimiento de gravedad suma, del que me sería difícil olvidar hasta lo más insignificante:
El 7 de agosto, nuestros sucesivos descensos nos habían llevado a 30 leguas de profundidad; es decir, que teníamos sobre nuestras cabezas 30 leguas de rocas, de océano, de continentes y de ciudades. Debíamos estar entonces a 300 leguas de Islandia. Aquella jornada el túnel seguía un plano poco inclinado. Yo iba delante, llevando uno de los aparatos de Ruhmkorff, y con él examinaba las capas de granito. De repente, volviéndome, advertí que estaba solo... Retrocedí, anduve por espacio de un cuarto de hora. Miré y no vi a nadie; llamé y no tuve respuesta... Mi voz se perdió entre los cavernosos ecos... Empecé a inquietarme. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.













ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA
FRIEDRICH NIETZSCHE







Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. 
Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.

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¡Ved pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse. 
¡Ved pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, mucho dinero.
¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. 
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer que la felicidad se asienta en él. Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono, y también a menudo el trono se asienta en el fango.

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El placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo; y mientras la "buena conciencia" se llame rebaño, nos harán creer que la mala conciencia dice: yo.

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Dios es un pensamiento que vuelve torcido todo lo derecho, y que hace voltearse todo lo que está de pie.















LA NÁUSEA
JEAN-PAUL SARTRE












Los cafés eran hasta ahora mi último refugio porque están llenos de gente y bien iluminados. Ni siquiera me quedará este recurso. Cuando me vea acosado en mi cuarto, no sabré dónde ir.
Sentía la impresión de que un lento torbellino encendido me rodeaba, me llevaba. Un torbellino de bruma, de luces, en el humo, en los espejos, en las banquetas que brillaban en el fondo. Me había detenido en la puerta, no sabía ni entrar; y de repente se produjo un remolino, pasó una sombra por el techo y me sentí empujado hacia adelante. Flotaba, me aturdían las brumas luminosas que me penetraban por todas partes a la vez. Madeleine vino flotando a quitarme el abrigo, y observé que se había estirado el pelo y que llevaba pendientes: no la reconocí. Madeleine sonreía.
—¿Qué toma usted, señor Antoine? Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento. Ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar los colores lentamente a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Desde ese instante la Náusea no me ha abandonado, me posee.

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Cuando tenía veinte años, me emborrachaba y enseguida explicaba que yo era un tipo del género de Descartes. Sabía muy bien que me hinchaba de heroísmo, pero me dejaba llevar, eso me gustaba. Al día siguiente sentía tanto asco como si me hubiera despertado en una cama vomitada. No vomito cuando estoy borracho, pero sería preferible. Ayer ni siquiera tenía la excusa de la embriaguez. Me exalté como un imbécil. Necesito limpiarme con pensamientos abstractos, transparentes como el agua.
Decididamente ese sentimiento de aventura no procede de los acontecimientos: ya tenemos la prueba. Más bien es la manera de encadenarse los instantes. Creo que esto es lo que pasa: de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente; que cada instante se aniquila, que no vale la pena retenerlo. Y entonces atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los instantes; lo que pertenece a la forma, lo referimos al contenido. En suma, se habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. 















LA PESTE
ALBERT CAMUS







La mañana del 16 de abril el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. 
Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble buscando las llaves antes de subir al piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto.


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Un montón de enfermos dispersos acababa de morir inesperadamente de la peste.
El doctor Rieux procuraba reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad. Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido, había causado cerca de cien millones de muertos. Pero, ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra, apenas sabe ya nadie lo que es un muerto; y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando lo ha visto uno muerto. Cien millones de cadáveres sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación.















EL LOBO ESTEPARIO
HERMANN HESSE









Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas veces, llamábamos el lobo estepario. No es gran cosa lo que sé de él; me han quedado desconocidos su pasado y su origen. El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta años, que hace algunos fue a casa de mi tía buscando una habitación. Volvió a los pocos días con dos baúles y un cajón grande de libros, y habitó nuestra casa nueve o diez meses. Vivía tranquilamente y para sí. Era muy insociable, en una medida no observada por mí en nadie hasta entonces. Reconocía él mismo este aislamiento como su propia predestinación. 

Ya he consignado algunos detalles del aspecto exterior del lobo estepario. A primera vista, daba, desde luego, la impresión de un hombre superior, nada vulgar y de extraordinario talento. Su rostro, lleno de espiritualidad, reflejaban una vida excesivamente agitada, enormemente delicada y sensible. Poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad, aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón.














1984
GEORGE ORWELL












Su pluma se había deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:

ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO

Una vez y otra, hasta llenar media página. No pudo evitar un escalofrío de pánico. Por un instante estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribirlo o no, era completamente igual. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido el crimental (crimen mental) como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto durante años enteros, pero antes o después te descubrían. 
Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Te despertabas sobresaltado, porque una mano te sacudía el hombro, una linterna te enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión se esfumaba de los registros; se borraba de todas partes cualquier referencia a lo que hubiera hecho, y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

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—Los proles no son seres humanos —dijo Syme—. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda literatura del pasado quedará destruida: Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... serán transformados en algo muy diferente y convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan así: "la libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significará no pensar, no necesitar el pensamiento. 
De pronto Winston tuvo la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiado inteligente. Lo ve todo con demasiada claridad. A la Policía del Pensamiento no le gusta la gente así.

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En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con estrépito. O´Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial con cara de cera y los guardias de negros uniformes.
—Levántate —dijo O´Brien—. Ven aquí. Winston se acercó a él. O´Brien lo cogió por los hombros con sus enormes manazas y lo miró fijamente:
—Has pensado engañarme —le dijo—. Ha sido una tontería por tu parte. Ponte más derecho y mírame a la cara. Después de unos minutos de silencio, prosiguió en tono más suave:
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo fallas en lo emocional. Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme; sabes muy bien que descubro todas las mentiras. Dime: ¿cuáles son los verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
— Lo odio.
—¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta con que le obedezcas; tienes que amarlo. Empujó delicadamente a Winston hacia los guardias.
— Habitación 101 —dijo. 
En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston, dónde se hallaba, aproximadamente, en el gran edificio de ventanas. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del suelo. La habitación donde O´Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra.
Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Winston había sido atado una silla tan fuerte, que no se podía mover en absoluto; ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás de una especie de almohadilla que le obligaba a mirar de frente. Se quedó solo un momento. Luego se abrió la ventana y entró O´Brien.
—Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Todos lo saben... La habitación 101 es lo peor del mundo.







CIEN AÑOS DE SOLEDAD
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ










Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó de ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. 
"Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." 
Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. 
Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabozo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer. 

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Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. 
Entonces dio otro salto para adelantarse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabase de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.










EL NOMBRE DE LA ROSA
UMBERTO ECO














Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.
Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en el mundo cristiano; sino la mole de lo que después supe que era el edificio. En algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, y capaz de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta. Sin embargo, me sentí amedrentado y presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra, el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina. 
Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba, mi maestro se detuvo un momento y miró hacia un lado y otro del camino.
—Rica abadía —dijo. 
Al abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas. Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También, porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:
—Bienvenido, señor. No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como creo, Fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al abad.
—Os lo agradezco, señor cillerero —respondió cordialmente mi maestro—, y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha.
—¿Cuándo lo habéis visto? —preguntó el cillerero.— ¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.
—¿Brunello? ¿Cómo sabéis...?
—Es evidente que estáis buscando a Brunello —dijo Guillermo—, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra: pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular... Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraros.
Yo ya había descubierto hace mucho que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza.
—Y ahora decidme —pregunté sin poderme contener—. ¿Cómo habéis podido saberlo?
—Mi querido Adso —dijo el maestro—, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla, como por medio de un gran libro. 
Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaban a través de ellos; dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. 

















EL HOBBIT
J.R.R. TOLKIEN










En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante con restos de gusanos y olor a fango; ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer. Era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico como un túnel; un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. 
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace un tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies, Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, estaríais preparados para cualquier cuento notable. Aventuras brotaban por dondequiera que pasaba, de la forma más extraordinaria.






DEMIAN
HERMANN HESSE








Vi a mi amigo sentado muy derecho y correcto, como siempre. Sin embargo, tenía un aspecto totalmente diferente al acostumbrado; algo que yo desconocía irradiaba de él y le rodeaba.
Creí que tenía los ojos cerrados, pero luego vi que los mantenía abiertos; estaban fijos, no miraban, no veían. Estaban dirigidos hacia adentro, hacia una remota lejanía. Demian estaba completamente inmóvil y parecía que no respiraba; su rostro, de una palidez uniforme, era como de piedra, y sólo su pelo castaño tenía vida. Sus manos descansaban delante de él, sobre el pupitre, inertes y quietas como objetos, como piedras o frutas; pero no blandamente, sino como firme y segura protección de una intensa y oculta vida.

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Cuando me comparaba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No conseguía compartir las alegrías ni la vida de mis compañeros.









RETAZOS DE UN BASTARDO
OSCAR NÓBREGAS


































Cristian decidió salir de la buhardilla. No soportaba por más tiempo el aire espeso que respiraba. Se le ocurrió continuar la lectura de aquellas hojas otro día; pero algo en su conciencia le dictaba que debía llegar al final sin más dilación, aunque en esos momentos estaba atenazado por la angustia y comenzaba a sentir miedo. Sentía miedo de la lechuza disecada, de las figuras de vudú, de los espectros goyescos pintados sobre la pared, del cuadro blanco con manchas rojas que le observaba desde el caballete. Incluso comenzó a tener miedo del propio Víctor. Los presentimientos acerca de una extraña muerte empezaron a hacerse cada vez más palpables. 
De pronto se incorporó bruscamente de la cama, agachó la cabeza y observó el hueco umbrío que había debajo de ella. Por unos instantes sintió pánico al pensar que el cadáver de Víctor pudiese estar allí... Se quedó quieto, con la vista fija en una de las patas de la cama. El miedo se apoderó de su mente con ideas calenturientas. Se imaginó cómo reaccionaria si de allí saliese una mano y le cogiese por el tobillo... De repente sintió crujir algo bajo el somier. Pegó un salto hacia un lado y cayó de espaldas sobre la alfombra persa. Se armó de valor, y con el mechero iluminó la oscuridad que reinaba bajo la cama...... Nada que temer. Allí debajo sólo había un montón de lienzos cubiertos de polvo.
Cristian se dio cuenta de que todas aquellas lecturas estaban consiguiendo provocarle brotes paranoicos. Se levantó de un salto, corrió hasta el lavabo y volvió a lavarse la cara con agua fría. Esta vez le pareció insuficiente. Abrió el grifo a tope y metió la cabeza para mojarse el pelo. Mientras el agua le chorreaba por la nariz y la barbilla se miró al espejo. Acercó el rostro y observó que sus ojeras se habían remarcado desde que estaba dentro de la buhardilla. Empezó a ver en sí mismo rasgos de Víctor; su propia mirada le pareció la de él... Cristian apagó la música melancólica de Albinoni y decidió centrarse en el cometido que le había llevado hasta allí. Le vino la imagen de Eva pidiéndole ayuda mientras se abrazaban y eso le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Se sentó en la silla, hincó los codos sobre la mesa y continuó leyendo aquellas hojas que para él ya se habían convertido en una especie de maldición.

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Esa misma noche, tumbados sobre la playa de Frouxeira, observábamos el firmamento estrellado. Cayendo del cielo, empezaron a surgir las eternas preguntas sobre la enigmática existencia del universo. Eran las mismas preguntas que todos nos hemos planteado alguna vez a lo largo de nuestras vidas, aunque las respuestas siempre escapan al entendimiento limitado de la inteligencia humana: antes de la materia, del espacio y del tiempo, ¿qué había?...... ¿Cómo empezó todo?...... ¿Por qué motivo empezó?...... ¿Cuál es el origen?......
Todas estas cuestiones me producían una sensación de vértigo infinito. Pero lo que más me impresionaba no era el hecho de pensar que el universo hubiera surgido por una convulsión fortuita, sino saber que un ente llamado Homo Sapiens, el cual comenzó siendo polvo de estrellas, era capaz de preguntarse el porqué de aquella explosión, cuando sus propias partículas formaron parte de ella.
Intentando contestar estas preguntas, me sentía desbordado por la inmensidad del universo. La magnitud de estos misterios hacía que los conceptos humanos me pareciesen vanos. A menudo cerraba los ojos y veía la Tierra flotando entre galaxias perdida en la infinidad del espacio, diminuta y vulnerable como una mota de polvo... Entonces me preguntaba cómo era posible que en una porción de masa tan insignificante pudiese haber tantos problemas... Lo más desalentador era ser consciente de que en el fondo todo da igual. De la misma forma que una vez surgió vida en la Tierra, en algún momento se desvanecerá para siempre.

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Cristian decidió hacer otra pausa en la lectura y se dirigió a la estantería donde estaban colocadas las cintas de música. Eligió el Réquiem de Mozart y se dispuso a ponerlo en el cassette. De repente escuchó pisadas en la escalera de madera. Detuvo la cinta. Los pasos se acercaban cada vez más a la buhardilla. Sintió que alguien se paraba frente a la puerta. Su corazón se aceleró. Tres golpes secos rompieron el silencio. Cristian permaneció estático sin atreverse a respirar. Le vino a la mente el retazo de Víctor donde escribió que alguien había golpeado tres veces en la puerta de la buhardilla. Por un momento creyó revivir la escena como si él mismo fuera Víctor. Pero esa extraña reencarnación se desvaneció, cuando la persona que estaba allí afuera metió la llave en la cerradura. Quienquiera que fuese iba a encontrarle allí metido, rodeado de aquel lúgubre ambiente.
Forcejearon un buen rato pero no lograban abrir. El corazón se le salía del pecho. Tuvo el presentimiento de que era Víctor el que estaba al otro lado de la puerta. Probablemente no podía entrar porque la cerradura estaba viciada. Cristian pensó que sería un desatino dejarle marcharse. Después de tantas horas allí metido era una necedad permitir que su amigo se diera la vuelta y se fuese sin más. Sin embargo no movió ni un solo dedo. Mientras seguían forcejeando, imaginó la puerta abriéndose y tras ella a Víctor. Se vio fundiéndose con él en un abrazo desbordados por la emoción.
De pronto cesaron de forcejear. Tras unos segundos silenciosos se oyó el ruido de un papel deslizándose bajo el resquicio de la puerta. De nuevo se oyeron pasos. Esta vez bajaban la escalera. Cristian se acercó tembloroso hasta la entrada y comprobó que había un sobre negro en el suelo. Rápidamente lo abrió. Su interior contenía una hoja negra de papel de arroz. Desdobló expectante la hoja y pudo contemplar unos signos dibujados de color rojo intenso. Cristian giró el cuello en dirección al techo: eran exactamente los mismos símbolos cabalísticos que Víctor había pintado... Tragó saliva. No sabía qué hacer con aquel dibujo. Por fin se dirigió hacia el estante y cogió el Libro de Esoterismo, dispuesto a guardar allí aquel tétrico sobre negro. Sentado sobre la cama, Cristian abrió el libro al azar. Se quedó paralizado. Notaba que se le helaba la sangre. Había abierto las hojas por uno de los capítulos que hacían referencia a las cábalas. Allí estaban dibujados los mismos símbolos que se hallaban en el sobre... Creyó enloquecer. Por unos instantes pensó en bajar a toda prisa las escaleras para ver quién había dejado aquel misterioso dibujo, pero una fuerza invisible le impidió salir de la buhardilla... Permaneció tumbado sobre la cama, incapaz de moverse durante unos minutos. Después se levantó con una extraña sensación. A pesar de hallarse excitado, notaba que sus pulsaciones eran lentas... Volvió a dejar el Libro de Esoterismo en el estante. Cristian suspiró hondo, puso la cinta de música en marcha, fue a la cocina, rebuscó entre las infusiones y se preparó una tila bien cargada. Tras una pausa de media hora se encendió el último cigarro y reanudó la lectura.




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